En
esta investigación buscamos dar un enfoque sobre
la situación en la cual se encuentra la familia en la actualidad y el
desafío que comprende la institución de la escuela en suplir las
funciones que ha dejado de tener la familia como unidad de formación
y educación del individuo.
Los cambios
operados en la familia hay que situarlos en el contexto de mutación histórica
que estamos viviendo: la globalización, la revolución tecnológica y el nuevo
papel de la mujer en la sociedad.
¿Está la escuela en crisis? ¿O
está la familia? ¿O están las dos?
La familia ha delegado su función
educadora y socializadora, convirtiendo a los centros de enseñanza en la
institución total, asumiendo ésta tanto la formación integral de la persona
como el desarrollo cognitivo y cultural, pero el problema de fondo es la falta
de voluntad política para afrontar el cambio que viene reclamando, desde hace
mucho tiempo, la vieja estructura organizativa de nuestra escuela.
Para la elaboración de esta
investigación procederemos a la obtención de información médiate la
recolección de datos a fines en los distintos medios de comunicación tanto
escrito como digitales sobre la evolución de la familia y el rol socializador
de la escuela en la modernidad.
La globalización en la modernidad
a provocado cambios centrales en la organización y estructura de hogares por lo
que la escuela a comenzado a suplir funciones que antes eran llevadas a cabo
por la familia y mientras aumenta la descomposición de la institución familiar
las escuelas suman mayores jornadas extras a sus programas para tratar de brindar
esa función de contención y formación al individuo durante la etapa de
formación escolar.
En nuestra sociedad plural y
compleja, marcada por una carencia axiológica en su cartografía, la familia y
la escuela son las dos únicas instituciones que todavía ejercen funciones de
contención. A pesar de los cambios profundos que se han producido en ambas
instituciones, y el papel compartido que se ven obligadas a desempeñar en la
socialización de las jóvenes generaciones, todavía hoy siguen siendo insustituibles
para la incorporación de los “recién llegados” a nuestra sociedad. Si bien la
familia aparece en primer lugar como estructura de recepción, la escuela puede
y debe ejercer también esta función. El individuo de nuestros días ha de
“habérselas” en un medio sacudido por la sobre aceleración del tiempo y su
vivir cotidiano se interpreta en una férrea partitura de la que existen escasas
posibilidades de salida. En estas circunstancias, la familia y la escuela
pueden ser, todavía, para las jóvenes generaciones el lugar del diálogo, del
reconocimiento y de formación.
La escuela ha sido vista
tradicionalmente como agente socializador, transmisor de saberes y su función
de acogida está ausente en el discurso sobre la misma. Los presupuestos
antropológicos y éticos que están en la base del discurso educativo no lo han
hecho posible. La imagen del hombre que se fraguó en la Ilustración, que la
filosofía kantiana recoge en todas sus versiones, nos ha dado una
interpretación del ser humano individualista que se realiza, principalmente, en
el desarrollo de su potencialidad cognitiva. El cultivo de la razón, el
despliegue del pensamiento han sido los objetivos que han “ocupado” la atención
en los procesos de enseñanza. Esta imagen idealista, cognitivista del ser humano
ha condicionado la reflexión y la práctica educativas. La explicación del
hombre en sí y desde sí no ha hecho posible otra interpretación del mismo como
realidad abierta que realiza su existencia con el otro, para el otro y por el
otro.
La contención está en el núcleo
mismo de la educación, pertenece a su esencia. La relación más radical y
originaria que se establece entre educador y educando no es la relación
técnica-profesoral, sino la relación ética que se traduce en una actitud de sujeción
y en un compromiso con el educando de hacerse cargo de él. “En la relación
educativa el primer movimiento que se da es el de la acogida, de la aceptación
de la persona del otro en su realidad concreta, en su tradición y cultura, no
del individuo abstracto... Y esta relación ética es la que hay que salvar, si
se quiere educar y no hacer “otra cosa” Educar es acoger al otro, asumir la
responsabilidad de ayudar al nacimiento o alumbramiento de una “nueva criatura”
Si el ser humano, desde el punto de vista antropológico, necesita ser acogido y
encuentra en la familia el lugar-espacio más adecuado, la escuela también puede
ser un espacio idóneo para la acogida, si se decide a educar.
CONCLUSIONES
Familia y Escuela tienen
funciones sociales diferentes, pero complementarias. Ante la complejidad del
mundo de hoy han de unir sus esfuerzos para lograr superar las
dificultades que se les presentan porque en última instancia su razón de
ser está en función del protagonismo del niño en su tarea educadora.
Esta época presenta un nivel
de exigencias a la educación familiar y escolar que reclama la
preparación y formación de un nuevo estilo educador basado en un
aprendizaje para vivir en comunidad, a la que padres y profesores están
llamados a responder con el compromiso de participar en esta tarea común, cada
uno desde su ámbito de conocimiento y experiencia para atender a las
necesidades afectivas, cognitivas y sociales de los niños y todos los
implicados en la comunidad educativa.
Es necesario, abrir las ventanas
a la historia de una nueva concepción de la familia y la escuela en su tarea
educativa. Ambas instituciones, requieren una reestructuración estructural y
cognitiva, una modificación y adaptación a un nuevo estilo de educación y una
actitud abierta a la formación de los alumnos orientada a una educación para la
vida comunitaria.
Cuando el niño vive en el
hogar los valores comunitarios de participación y comunicación puede
transferirlos a otros contextos.
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